jueves, 2 de enero de 2014

La epopeya de "La Juntada"

Publicado en "Acercar a la Gente" Nº 111 - 29/06/10  

  Al igual que para miles de pueblos diseminados por la pampa húmeda, las actividades agropecuarias fueron para Santa Isabel el motor que impulsó su nacimiento y desarrollo.

 Nuestro país tuvo un vertiginoso crecimiento entre mediados del siglo XIX y la década de 1930, convirtiéndose en una potencia exportadora de granos, entre ellos el maíz, que le dieron el mote de "granero del mundo". 

Entre monstruosos silos, modernas máquinas agrícolas, que valen fortunas, Internet, GPS, 4x4 y toda la parafernalia tecnológica del sector agropecuario actual, yace la vivencia de la "juntada de maíz a mano", o simplemente "la juntada", tal como se conoció a la cosecha de maíz por un siglo hasta la llegada, a fines del la década de 1950 y principios de la de 1960, de las primeras cosechadoras motrices con plataforma maicera. 

 Esta modalidad de la cosecha a mano, no sólo produjo una inmensa población rural, con una inmensa capacidad de crear trabajo, sino que también hacía funcionar los comercios de los pueblos que debían abastecer a chacareros y a trabajadores de insumos para la cosecha. En Santa Isabel grandes casas de ramos generales fueron las encargadas de mantener el suministro de bolsas, hilos para cerrarlas, combustibles, herramientas, repuestos, aperos y comestibles, entre otras cosas. En los comienzos del pueblo, la más importante fue la de Francisco Salemme cuyo salón de ventas, más tarde, pasó a ser de la Cooperativa Unión y Fuerza con igual finalidad. También se puede mencionar la de Justo Vázquez que cerró sus puertas a mediados de la década de 1950. Había en el pueblo, además, infinidad de boliches y grandes herrerías, mientras florecían las peluquerías y los lugares para alojar a los trabajadores. Hay una versión, nunca comprobada, que dice que Santa Isabel llegó a tener más de 7.000 habitantes, cifra demográfica que era impulsada por la gran cantidad de mano de obra que requería el campo.


  El cultivo del maíz implicaba técnicas diferentes a la del trigo y otros cereales, siendo su cosecha un hecho importante que imprimía en todo el campo una actividad humana, inimaginable en la actualidad, que duraba varios meses, desde marzo hasta junio o más aún.

 Luego de la siembra, realizada según las épocas, con técnicas variadas, pero siempre muy primitivas, y ya crecido el maíz y listo para ser cosechado, llegaban a las estancias o a las chacras los "juntadores de maíz" o "deschaladores" -a veces familias enteras- dispuestos a emprender la tarea por un magro jornal. Además de la mano de obra local, llegaban trabajadores golondrinas de distintas provincias o inmigrantes europeos tratándose, muchas veces, de gente ya conocida por los propietarios debido a que repetían la labor año tras año. En nuestra zona, donde predominaba la pequeña propiedad y el trato era más personalizado con el chacarero, éste los dejaba vivir toda la temporada en sus galpones u otras dependencias, pero en las grandes propiedades o en lugares que no poseían estos lugares, los trabajadores construían para ellos y sus familias una suerte de chozas hechas con palos, con hojas de maíz o chala en las paredes y con techo de chapa que -excepto la chala- duraban de un año para otro. Se estima que entre quinientas y seiscientas mil personas participaban de este tipo de cosecha. Luego la tecnología y la política terminaron con el trabajo del juntador de maíz, quién pasó al olvido.

 Una vez instalados los juntadores, comenzaba la cosecha o juntada, para lo cual se les proveía de un cinto confeccionado con tela de bolsas de arpillera, con varios ganchos destinados a enganchar la maleta; era un cinto bien ancho para evitar que sufriera la cintura del trabajador en el esfuerzo. También se les daba la maleta, que era un gran recipiente de lona de dos metros de largo y cuarenta centímetros de ancho y con su parte inferior hecha de cuero para resistir el desgaste por el arrastre sobre el suelo que se facilitaba cuando, por el roce continuo se ponía bien tersa y lustrosa. Otros elementos eran las bolsas de arpillera para poner las mazorcas o espigas de maíz y la aguja o púa que era una punta de hierro con una empuñadura para proteger la mano del continuo choque contra el filo de las chalas. 

 
 Para llevar adelante el trabajo, los juntadores formaban parejas o yuntas, ya sea de dos hombres o, en caso de familias, el marido y la mujer. Cada yunta tomaba a su cargo una parte del cultivo, que era conocido con el nombre de "la lucha" (de allí el dicho "estar en la lucha"). Eran 20 surcos para deschalar que se comenzaban desde el medio, dirigiéndose cada uno hacia el extremo de los surcos, arrancando con la púa las espigas a izquierda y derecha (de a dos surcos a la vez) y echándolos a la maleta que tenían entre las piernas, la que los obligaba a caminar todo el tiempo con las piernas muy separadas e inclinados hacia adelante. Cuando ésta se llenaba -unos 30 kilos-, la vaciaban en las bolsas que tenían preparadas al final del recorrido donde entraban hasta 100 kilos y repetían la operación llenando nuevamente la maleta y nuevas bolsas. Un juntador de maíz llenaba unas 15 bolsas por día y había unos pocos que eran famosos por llegar a las 20.

 Una vez terminada la "deschalada", una "chata rastrojera" tirada por caballos percherones recorría las luchas de donde se retiraban las bolsas que debían estar bien llenas y hasta con "coronita", es decir con las mazorcas sobresaliendo por arriba, para evitar que el chacarero rezongara. La chata las trasladaba a las cercanías de la "troja" que se estaba armando y, a medida que se descargaban, las bolsas iban quedando al costado de la misma. Al finalizar la jornada se devolvían al chacarero la bolsas vacías, se controlaban las que se habían llenado y vaciado y se anotaba cuidadosamente cuantas correspondían a cada trabajador.

 La troja (o trojes) era una estructura circular de unos 10 metros de diámetro y otros diez de alto, fabricada con cañas de Guinea o con cañas y chala de plantas de maíz; donde se podían mantener estacionados durante un tiempo las espigas recolectadas. Para hacerla se marcaba el círculo (generalmente perduraba el del año anterior) y bien cercano al mismo se plantaba firmemente el "palo mayor" que medía entre 12 y 14 metros de altura y llevaba una roldana en su extremo superior. Luego se hacían las paredes circulares de la troja clavando bien, una al lado de la otra, las cañas o las plantas de maíz recogidas del campo que se reforzaban por fuera con anillos de alambre que llamaban "las riendas" y que tenían la medida de la circunferencia de la troja. Estaban hechas con argollas y ganchos para ser desarmadas fácilmente y guardadas para el próximo año, aunque también había quienes las armaban con alambre y torniquetes, con unos 5 centímetros de separación. A medida que la troja se iba llenando y aumentaba en altura, se iban agregando también más cañas o plantas de maíz y riendas para que las paredes se elevaran en concordancia. La llamada caña de Guinea (conocida como cañaveral) era muy usada porque su medida es de casi cuatro metros, lo que facilitaba el armado de la troja. Aún hoy, en las pocas taperas que sobreviven, producto de la profundización de la política de despoblación y sojización de de los campos, en favor del hacinamiento y la pauperización de la población en los grandes centros urbanos, se pueden encontrar sectores donde crecen estas cañas que eran destinadas a variadas aplicaciones, entre ellas la construcción de trojas.


 Las espigas no se colocaban directamente sobre el piso de la troja, sino que previamente éste era cubierto con una capa de chala de unos 50 centímetros de espesor para evitar que las que quedaban en el fondo comenzaran a brotarse por el contacto con la humedad del suelo.


 El palo mayor se mantenía bien erecto, "a plomo", y firme merced a unos gruesos cables de alambre trenzado que bajaban, bien tensos, desde el extremo superior hasta cuatro postes apuntalados a su alrededor, a unos 35 metros de distancia. Con esta estructura se armaba el mecanismo de carga de la troja, una especie de funicular cuyo riel era un grueso cable tendido desde la punta del palo mayor hasta una estaca clavada en la tierra. El transportador de las espigas era un recipiente conocido como "el carrito" que tenía dos roldanas en la parte superior y una compuerta en la parte inferior con una argolla para atar una soga. El carrito se colocaba colgando de sus dos roldanas sobre el cable-riel de manera que circulara fácilmente sobre él y se le ataba de frente, mirando al palo mayor, una soga de unos 40 metros de longitud cuyo extremo, después de pasar por la alta roldana del palo mayor, se ataba a la cincha de un caballo. Los peones cargaban las espigas en el carrito y el jinete, desde la otra punta, comenzaba a avanzar haciendo subir el carrito hasta estar bien sobre el centro de la troja. Al llegar allí un mecanismo constituido por otra soga hacía que ésta se tensara y que se abriera la compuerta del carrito, descargando el maíz en la troja. Luego, jinete y caballo retrocedían, el carrito bajaba mientras el mecanismo de la segunda soga cerraba la compuerta. El carrito quedaba al pié de la chata restrojera para repetir esta labor una y otra vez hasta terminar con las cargas que llegaban en las chatas.


 Si la cosecha había sido muy rendidora y la troja no alcanzaba para todas las espigas recolectadas, se marcaba una nueva y se trasladaban a ésta los mecanismos utilizados en la anterior.

 Terminada esta tarea las trojas quedaban al aguardo de la desgranadora, una máquina que se situaba cerca de las mismas. Se realizaba una abertura en la base se la troja, sin cortar los alambres y se le arrimaba la noria, un mecanismo con una cinta sin fin que arrastraba los choclos hasta la máquina. Por un efecto de embudo, al chuparse por debajo las espigas, se producía simultáneamente un gran agujero en el centro de la troja que, indefectiblemente la haría inclinar y caerse. Para evitar esto, dos peones se situaban encima de la troja manejando un gran rastrillo horizontal, "el peine", que estaba atado por un cable de acero a un malacate de enrollamientos manejado por el "palenquero" de la desgranadora. Los peones clavaban el peine en las espigas acumuladas y el palenquero accionaba el embrague que recogía, enrollándolo, el cable del peine que de esta manera arrastraba los choclos hacia el agujero rellenándolo de continuo. Inmediatamente libraba el cable para que los peones de arriba de la troja lo clavaran nuevamente para repetir el trabajo.

 La desgranadora, como su nombre lo indica, "desgranaba" el marlo arrancándole los granos de maíz que iba largando por una boca mientras los costureros cosían las bolsas en que se embalaba.


La fuerza que movía a estas desgranadoras era, hasta la década de 1940, un motor a vapor externo que funcionaba de acuerdo a la naturaleza. Los marlos eran usados para la combustión que producía el vapor tanto para desgranar el maíz como, si los había, para la trilla de los cereales del verano. Su poder calórico le daba tiempo al foguista que alimentaba "la grilla" del vapor de tomarse unos mates durante su trabajo porque la pava, colocada cerca de ésta, mantenía el agua siempre caliente. Además los marlos brindaban una combustión más limpia por lo que el ayudante del foguista no debía estar continuamente sondeando los caños de calor como sucedía en la cosecha del trigo si se usaba la paja de este cereal para la combustión.


C on la llegada de los primeros tractores los antiguos motores a vapor fueron reemplazados por estos nuevos aparatos que tenían motores a explosión. A fines de la década de 1930 apareció una nueva desgranadora motriz accionada con motor a explosión. La fabricaba la firma "Melquiot", y siendo sensiblemente más pequeña que las desgranadoras comunes, iba montada sobre un chasis de Ford T. La máquina era tan rápida que un buen costurero no podía seguir su producción, por lo que debían trabajar dos buenos costureros casi sin levantar cabeza para seguirle el ritmo. Esta máquina fue un gran avance para la época ya que, como era automóvil, bastaba engancharle un acopladito y transportar, con ella, a todo el personal y las herramientas. 


 También son recordadas las desgranadoras manuales. Su uso estaba destinado a desgranar las espigas que se destinaban a la alimentación de los animales mientras se esperaba la llegada de la desgranadora grande.

 Mientras bajaba el nivel de la troja y se desgranaban las espigas, había que estibar las bolsas con maíz. Esta bolsas, debidamente cerradas -las mejores eran de yute importado de la India- pesaban unos 80 kilos y se acumulaban en pleno campo abierto en las llamadas "estibas de campaña" que tenían forma piramidal. Esta manera de apilar las bolsas obedecía a una doble razón; por un lado facilitaba un más rápido escurrimiento del agua en caso de lluvias; por el otro facilitaba el control y la contabilización por parte de los propietarios del campo cuando el chacarero era arrendatario. En los casos de grandes propiedades se solía pactar el pago del arrendamiento en especie, consistente en el 33% de la cosecha embolsada. Estibado el grano, aparecía el representante de "la administración" que sellaba el porcentaje de bolsas que le correspondía al terrateniente con un sello con sus iniciales o su marca que se aplicaba con grasa negra o de carro. De esta manera quedaban identificadas las partes que se separaban adecuadamente al ser estibadas, luego, en los galpones del ferrocarril que las transportaría a su destino. 




 Circa 1935 - Chacra de Gavio. Juntadores de maíz en un campo de Santa Isabel.


 Circa 1938 - Chacra de Gavio. Cargando a una chata las bolsas con espigas de maíz dejadas en el campo por los juntadotes. Los más chicos disfrutan de la jornada.


 1933 - Desgranada de maíz accionada por un tractor en la chacra de la familia Carpi.
 
 
 
Circa 1935 - Chacra de Gavio. Descargando espigas de maíz desde una chata al carro para cargar la troja.










Basado en un texto de "Vida y Costumbres de la Pampa Gringa" de Héctor Marinucci - 1997
Colaboración: Norberto Dall'Occhio y Pedro Adamo Pellegrini.
Fotos: "Banco de Imágenes de Santa Isabel".


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